Tomar partido
A mi hermano, Gabriel Ignacio Ghersi Picón.
En
mi casa siempre había franelas de fútbol secándose en las cuerdas del patio con
los cordones de los tacos deportivos y bolsos coloridos que se llenaban de
barro y de pasto nuevo, vitaminas y todas las versiones de vendajes y de
cremas para relajar músculos fuertes. No
había hora del día en que la tele no estuviera pendiente de los campeonatos
mundiales y nacionales. Semana completa de entrenamiento y domingo de juego. De
lo más divertido que recuerdo.
Para
muchos, el fútbol es un negocio que calma y ciega a las masas, tendrán sus
razones, a mi nunca me ha interesado cuestionarlas ni adoptarlas, lo que yo viví
era lo contrario; el fútbol me presentó a la disciplina, el fútbol entrena,
te reta, te exige, te golpea, te arrulla, te hace fuerte, te educa y te permite
trabajar en equipo y en solitario a la
vez. El fútbol es una réplica de la vida
y los procesos sociales y políticos, con la diferencia ejemplar de que el fútbol
genera salud y vida y además estructura a las comunidades. “Las dopa”, se dice,
siempre hice caso omiso a esos comentarios, me burlé con toda honestidad, qué mejor dopaje que el del cuerpo batiéndose
por una batalla de estrategia y fuerza hasta lograr el sueño más grande junto a
los espectadores que buscan lo mismo.
Ayer
8 de Junio de 2017 ocurrió lo que nunca en Venezuela, la selección Sub-20 logró
el triunfo para ir a la final del Mundial de Corea del Sur. Lejos de restarle
méritos y sumarle críticas al fútbol venezolano, del que conocemos sus
delirios, errores y aciertos, deberíamos entender que este evento es una de las
mayores alegrías que hemos podido disfrutar desde hace más de 20 años como
país. Se escucha exagerado, lo es, hay alegrías comunitarias que traen un buen
sabor a las bocas y un buen estímulo como la de quienes sin dudarlo este año
llevan más de dos meses luchando por la democracia en las calles de nuestro
país, los jóvenes, los jugadores, esos que están dejando el pasado en las
calles, están dejando la desidia, la impuntualidad, la calma conforme, el olvido,
la pereza, las excusas, las limitaciones, la mala alimentación, las fiestas sin
motivo, los proyectos sin planes. Estos jóvenes quieren poder asistir al juego
y tomar el partido que muchos de sus padres no tomaron, que muchos de sus
dirigentes no asumieron, tomar el toro por los cuernos, tomar el balón y
dirigirlo a la portería. Si señor, como
lo poético de un gol bien trabajado ante la mirada atónita de un árbitro justo.
Los
jóvenes de hoy no tienen un árbitro justo, tampoco quieren repartirse las
comidas en varias casas vecinas para poder ir a jugar el juego del domingo con
algunas proteínas esenciales en su cuerpo, los jóvenes de hoy quieren ir a
estudiar en las universidades públicas, obtener becas para liderar sueños, quieren
tener zapatos para caminar por todo el país libres con la camiseta del equipo
que quieran. Ayer el color vino tinto
fue metáfora para los jóvenes que hoy están arriesgando las manos y sus piernas
para que mis hijos vayan al próximo juego, los jóvenes de hoy están entrenando
una calle antes vacía, están sembrando el pasto, están entendiendo el "drible",
el pase, el túnel, el chute y el vibrar a tono con todos sus pares. Los jóvenes de hoy que transitan una primaria
desastrosa y que quieren terminar el bachillerato ya conocen las técnicas que
se necesitan para engañar al contrincante en el campo de juego pero quisieran
hacerlo por méritos. Los jóvenes de
Venezuela ya no comen cuento, cuando han
caído llenos de sangre ha sido por culpa de un contrincante tramposo, efímero,
pagado por los empresarios que harían lo que fuera para llegar a una final
dudosa. Un empresario que se ha robado
todo, hasta el alma de los paisajes de Venezuela. El equipo contrario a la
juventud ha sido implacable, poco cauto, descarado, mete el pie y chilla con
las brazos en la nuca y se revuelca en el pasto frente al arbitro inventando
ser víctima. El contrincante de hoy se supone era el capitán de todos los
equipos pero es un obsceno calculador infantil que no ha podido aprender la
técnica, jamás le interesó.
El
enemigo de hoy ha empujado a los jugadores para sacarlos de la cancha, ha
sujetado sus camisetas hasta ahorcarlos delante de todas las cámaras para luego
negarlo en la rueda de prensa de su canal pagado, el enemigo de hoy ha puesto chinches
en el camino a la media cancha, ha dejado de ver al público y se ha dado un
autogol exorbitado. Ese autogol ha sido un inseguro tiempo complementario que
el juego nos ha dado, pero igual es parte del horror que debemos ver cuando la
noche cae y las luces se apagan adrede en los cielos ansiosos de Venezuela.
Al
enemigo de hoy se le olvidó que el que amanece temprano recoge agua clara, que
el entrenamiento para las revoluciones es diario y de horas eternas sudando los
errores y ha olvidado que el ímpetu del cuerpo del combatiente se forma con
sacrificio, sin grandes riquezas, que solo debe alcanzarle para pagar el
transporte, ir a comer en casa una comida completa y tener tiempo para asistir a
todos los juegos de la vida, tener los uniformes de cada causa listos para la
próxima oportunidad de darlo todo. A
este vulgar enemigo se le olvidó que el sueño no para, no se olvida, no se
cambia por otro, este sueño se trabaja, se vive todos los días, se estudia
observando las estrategias de los emblemas mundiales. Este pobre enemigo no
sabe que si ya pasó el período establecido, los sueños se heredan al que pueda
ser elegido, al más apto, como en el fútbol que pasa de generación en
generación, de un equipo a otro, de una disciplina rotunda a ser el maestro, el
guía, el experto, el narrador de la historia de otros, pasa muchas veces a la
experiencia, al que aprendió del pasado, a los que saben que el momento llega, se sienta, observa calmo, sin odio, sabe pues que ahí le vienen los "golazos".
Este
pedante y pobre enemigo no conoció de espíritus sanos, constantes e inagotables
como ese que recuerdo desde niña donde mi hermano va caminando a
la parada del autobús con el bolso a cuestas y la ilusión por delante todos los
días, por el fútbol de su vida, fútbol
en la esquina con los vecinos, fútbol en familia, fútbol en la escuela, fútbol
en la universidad, en el trabajo. Fútbol como en casa y el logro de pertenecer a las filas del fútbol profesional, porque se nos exigía tomar
partido, rigurosidad en el juego y en la vida, ese partido que mi padre adoraba y mi
hermano y mi sobrino han sabido tomar para golear por Venezuela por décadas.
Un
hermano venezolano que no para de luchar por su país y por sus sueños, mis tres
sobrinos y mis hijos, como todos los de Venezuela, que quieren estudiar y
encontrar en el campo sus lealtades y sus retos, un padre como el mío que si
viviera querría nietos haciendo vida sin tener que fugarse horrorizados de sus
tierras, un padre que imagino gozaba como yo los estadios llenos al Grito de
Libertad, un padre que hoy seguramente sabe que vamos directo al medio tiempo, de
ese al que le falta mucho pero también le falta poco.
Los
jóvenes de hoy irán derecho al mundial de sus vidas, tan solo por bajar al
terreno de juego y jugárselas todas, porque saben que cuando se le va a un
equipo uno grita sus errores y sus aciertos, uno le critica y apoya, le aplaude
y le exige de la lucha todas las complejidades. Estos jóvenes hoy se la juegan
en grande y serán adultos felices, como mi hermano.
Gracias
por pelear por nosotros. Gracias por el fútbol, por la vida, por las calles de
Venezuela, por ustedes.
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