El Armario


Construir un armario no es tarea fácil. Hay que prediseñarlo y hacer el proyecto mediante miles de técnicas de construcción civil y legal, se le confiere una arquitectura incierta aunque haya sido muy estudiada, adquiere formas abstractas y se levanta en cimientos poco creíbles. Es un armario fabricado a través  de todas las posibilidades pero en él solo caben unas cuantas monedas que expulsadas al azar develan una vida entera de apuestas perdidas y de incongruentes caminos que piden auxilio. En él solo caben algunos abrigos que tapan curvas o que destacan poses que no hay. En él caben apenas algunas bufandas para tapar el cuello que los gritos y el viento han hecho pasar a su dueño que pierde la voz de vez en cuando de tanto gritar.  En él también caben algunos cinturones viejos que hacen recordar culpas y castigos innecesarios. Camisetas viejas con sudores inolvidables. Fotos sin nombre de brazos y piernas, mentones, y ojos recortados. Triste pena va sintiendo su habitante que por más que clasifique los ordenes universales de sus pertenencias,  algo siempre está roído y la ropa sucia va saliendo como lava por las hendiduras de las puertas que cierran de golpe toda una vida, todo un sentir. Un volcán explota tarde o temprano dejando lagunas negras en un olvido que se vive dentro día tras día.
Vivir en un armario, implica sombras, oscuridad, silencio y desesperación. Cuando entran en él se encuentran con que la nada les está esperando y el vacío da vueltas y vueltas, año tras año, debajo de las cicatrices que aúllan  en la piel. Vivir dentro de un armario implica cerrar con llave todas las salidas, respirar sin que se escuche, oír todo lo que afuera se vive y anhelar salir de allí sin esa cruz a cuestas.
Vivir dentro de un armario significa crear otras “fotos” con los pedazos que sobran dispersos por las paredes de otros, las creencias de otros, la perfección según los otros. Es un juego trágico al que se somete aquel que se atreve en secreto a desenvolver su sexo de la manera en que su anonimato le permite. Guarda nudos familiares y los agolpa en lazos de regalo para fingir que nada está pasando. Viste sensato en recato, lustra los zapatos que otros pisaron cuando sintieron algún desliz en sus ademanes y acentos, pinta historias falsas para complacer a los suyos y no hacerles cruzar el puente. Baila sin sabor pues no despliega sus coquetos sentidos en público y sueña y vive una mentira que adquiere forma de pesadilla diaria cuando sube la escalera infinita que le lleva a esa caja rectangular sin número ni nombre. Cerrando esas puertas pasa la vida, con una máscara que no pidió al nacer y con unos disfraces que no le calzan a sus medidas y a sus sentidos más personales. Cruza las calles desapercibido y siente ganas muchas veces de ser pisado por un camión que traiga olvido a sus orgasmos, a su sed de hembra o macho que el corazón no pidió nunca devorar. Tiene secretos más peligrosos que los que su sexo le pide porque no encuentra un acomodo en este mundo que a pesar de confesarse respetuoso y moderno lo que le brinda es una mirada cruel que lo lleva de nuevo a enmudecer en la desolación. Vierte sus lágrimas en frascos de colores para que un día el sol haga el favor de formar un arco iris que  de paso  a  la lluvia y se le  perdonen todos esos  pecados inventados y lo limpie de pies a cabeza para al fin purificarse y matar a martillazos ese maldito armario que tuvo que construir para desaparecer.
Vivir en un armario hace a muchos hacer  maletas con artículos vencidos, disfraces mal cosidos, maquillajes y cremas que disimulen lo que no hace falta; un equipaje pesado que ha de ser usado para habitar la lejanía de un hogar que les ha dado la espalda. Viajes de ida y vuelta, de permanencias y desapegos, de infinidad de historias inconclusas que siempre llevan al mismo lugar. Vivir en lo anónimo le brinda a estos individuos la poca claridad y seguridad para trazar una firma verdadera; olvidan su nombre en los oficios más domésticos y las chequeras, no firman cartas de amor con todas las letras pues se despiden con iniciales o seudónimos  y pagan  cuentas detrás de una ventanilla oscura o de un teclado. Dormir en secreto duele los sueños y los hace más reales que la propia vida. Un cigarro, un café, vino derramado, un cenicero en la ventana, una planta en decaída curva, una cama sin hacer por culpa de las plumas que se estancan, almohada testigo, una mirada siempre esquiva en solitario, aguerrida,  pero sin guerras que ganar, sin retos que vencer porque el armario es un lugar estático, inamovible,  un lugar que desde antes de nacer está muerto. 

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