Auxilio

 “Un amor de fuego que no queme el cerro al primer error” Vivir Quintana 

 

 

Esta ha sido una larga travesía, y como todas, inician, se mecen y mueren cada vez. Toman el riesgo por los cuernos, adelantan y atrasan la embestida, se paralizan, se nutren, arrancan, se pierden en el remolino más profundo de todo eso que son y se arrastran finalmente pidiendo auxilio para volver a nacer. Así son las luchas, tienen la magnífica posibilidad de reinventarse. Las luchas y los movimientos que tienen visibilidad crean una incomodidad tan grande que las primeras respuestas se centran en desacreditar, nublar, cercar y dañar todo lo que venga de ellas. Clasificar las formas de protesta, los escritos, las canciones y los discursos de la sociedad civil, es el mecanismo que los encargados tienen para desdibujarlo todo, pero como dije antes, desde la tormenta del auxilio ignorado o atendido, la mujer vuelve a levantarse.  El argumento predilecto y falso es que hay muchas cosas más importantes en un país por las cuales encargarse que las demandas eternas de las mujeres que salen todos los días a luchar. 


Luchar no significa marchar, tampoco es preciso pertenecer a un movimiento. La gran mayoría de las mujeres luchan cada vez que salen a buscar cómo mantenerse vivas y forjar un futuro, lo más elemental que puede hacer un ser humano, pero no es ninguna sorpresa que, para lograr sobrevivir en cualquier espacio, lo básico, al menos, significa escalar enormes montañas para obtener la gratificación o el beneficio que el hombre obtiene con solo dar un paso.  Una imagen sencilla que retrata esta afirmación es aquella que nos muestra a una mujer de la sierra caminando varias horas bajo el inclemente clima para buscar el agua en la quebrada. Calmar la sed de una comunidad es lo más productivo que cualquiera pueda hacer. Esa mujer no marcha, está sumamente ocupada en cuidar el futuro de los suyos, pero lucha por todas y todos cada día de su vida. 

 

Desde otra óptica, los datos de hoy, que quizás revelen mucho menos de lo que sabemos e intuimos en un país plagado de fosas, nos muestran que en enero de este año hubo 72 feminicidios, según fuentes oficiales de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana. 72 gritos que nadie escuchó, 72 manos censuradas, 144 pares de ojos y brazos cerrados que quedaron tiesos y solitarios.  En el informe de indicadores básicos sobre la violencia hacia las mujeres de Instituto Nacional de las Mujeres al cierre de febrero de este año, leemos en gráficas, el terror de 53 mujeres víctimas de trata de personas que nadie vio desaparecer, seguido de 6.499 carpetas de investigación por delito sexual y 24.668 llamadas de auxilio, casi todas multiplicando tres veces alarmas de años pasados, que comunicaron ser agredidas por un hombre cercano, el cónyuge o pareja y expareja. Datos, líneas, puntos de convergencia, números, los hechos encadenados a un esquema. Nada de lo que sintieron y padecieron puede narrarse ahí, nada de lo que pasó podremos saberlo, la historia de impunidad que rodea a cada una de ellas morirá en alguna carpeta que nadie leerá. La corrupción que engalana al silencio no se puede especificar en gráficos. Por eso algunas marchamos, mientras otras, a esta hora, están en una cuneta, en una bolsa descuartizadas o en un terreno siendo devoradas en vida por zopilotes.  

 

En este arduo camino, muchas hemos desmontado nuestras propias creencias, hemos sido generosas y egoístas, nos hemos creído muchas y muy pocas, hemos gritado consignas que jamás escribimos pero que entendemos. Hemos marchado por todas, doliéndonos y a la vez sintiéndonos sumamente inútiles. Tenemos mucho en común pero no todo. Seguimos vivas. 

 

Nos hemos cansado y eso que no tenemos que subir y bajar montañas para calmarle la sed a nadie. Nos hemos enojado, hemos enmudecido cada tanto, pero volvemos a entonar la voz. Hoy entendemos de sobra el mensaje condescendiente que quiere graficar la marcha, que mete en un solo párrafo la tragedia de décadas, que se esfuerza por meterla en formatos muertos, desarticularla, como si ella no vibrara y no sintiera la crueldad del odio y del olvido. 

 

De nuevo nos arrastraremos después del remolino, la marcha, el 8 de marzo de 2023 vuelve a ser un todo, no es una sala de espera en un juzgado, no es burocracia, no es una prueba inexistente, no es un voto ni una campaña para nadie, la marcha se levanta y lo que grita, por favor, escuchen, es AUXILIO. 

 

Auxilio. 

 

 

El Heraldo/ Columna: La manigua/ 07 de marzo de 2023

 

 

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