El vicariato




“La violencia vicaria es una forma de violencia de género por la cual los hijos e hijas son instrumentalizados como objeto para maltratar y ocasionar dolor a sus madres” 

Amnistía Internacional 


“El vicariato”, como le llamo, es un tema legendario, pero apenas en el año 2022 fue visibilizado y hoy se supone que sanciona a los atacantes a través de la implementación de la “Ley vicaria” en algunos estados de México, a pesar de ser la forma de violencia más conocida al interior de los hogares del mundo, donde el miedo, el terror, y el silencio van haciendo añicos la vida en familia. 

La noción de autoridad tiene su origen en un principio que sostiene que las palabras, hechos o recomendaciones de una persona que cuente con buena reputación puede usar su autoridad para ayudar a una comunidad a tomar una determinada decisión, en razón del bienestar de todos. La autoridad, desde entonces, suele tener distintas formas, algunas tenues, disimuladas y otras muy marcadas y potentes. Este principio elemental viene a colación porque el tipo de mando que se ejerce en el vicariato es absolutamente elegido y solapado por la sociedad y la cultura.  Este tipo de autoridad se adquiere gracias a las normas de la tradición y acuerdos silenciosos que permiten un manejo del poder hereditario, transmisible e irracional, que confiere al hombre el título de jefe de familia y toda la protección de sus iguales. Es el líder natural de casa. Manda, administra y decide el funcionamiento de quienes le deben obedecer en su pequeño reino. 

El vicariato existe y se luce como una violencia instrumental que ocasiona en muchos casos daños irreversibles a la madre y a los hijos.  El que ejerce violencia vicaria lo hace desde siempre,  pero su punto más álgido y su desenfreno se activa cuando la mujer plantea otras opciones para la convivencia familar, como la separación, el divorcio y, especialmente, cuando la mujer forma una nueva pareja. En este punto es cuando las víctimas estarían más expuestas. 

Alternar la violencia,  disimularla, a veces hacerla obvia, estirar y alargar la cuerda dentro de casa es el mecanismo por excelencia que el agresor usa para descomponer y confundir la trama que daría protección legal a las víctimas.  Este juego cruel,  hace que su autoridad se multiplique y esto se sostiene sobre un arma de doble filo, pues a pesar de que cada día se ve menos armado para desvanecer la voluntad de las mujeres, intuye que va perdiendo el mando natural, que no tiene otra opción que arreciar con el dolor ocasionado en su siguiente paso. Su intención es la de derribar los muros que ella pacientemente va construyendo, porque ya no encuentra dónde batallar fácilmente y va directo al fondo del resquicio más íntimo de un ser humano, sus hijos. Cuando ya no queda más nada que apedrear ni que estallar, todas la armas van a dar a la destrucción de la maternidad de alguien. 

El símbolo que lo nutre es la moral a conveniencia, la manipulación, la imagen que quiere mostrar de sí mismo, es el mando por sobre todas las cosas de su mundo vivo. No mata a sus víctimas fisicamente porque no tendría entonces a nadie cercano a quien destruir emocionalmente. Es rapaz y cobarde y su triunfo es que la sumisión de los afectados se alargue creándoles baja autoestima y descuartizando todo atisbo de sobriedad elemental y cordura, haciendo que la víctima anule todas sus creencias, argumentos y todas sus capacidades de ser alguien, incluso en su propia cárcel. 

Por más nueva ley que exista, por más esfuerzos conjuntos que se hagan entre las instituciones y la sociedad civil y por más que se exponga la gravedad de este tipo de violencia y sus alcances en vida,  el vicariato, por ahora, como el feminicidio que le apuesta a la muerte, seguirá alentado por el silencio del Estado, los espectadores, los juzgados y aplaudido por la herencia, la cultura y el pacto patriarcal que no más no se rompe. No se rompe. 


El Heraldo/ Columna: La manigua/ 20 de febrero de 2023

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