El oficio de mentir

“La luz es como la mucha sombra, no deja ver”
Octavio Paz

Crisis / Acuarela / María Ghersi / 2018 / @Ghersi_Atelier 
De la mentira no se salva nadie. Todos mentimos. Ella confiere justicia a todos los desequilibrios que inventan mundos mejores, a los desmanes que cometemos por ser humanos, a los excesos que merecemos y a las humanidades que nos faltan. Le hace el camino llano a la maldad y trata de volverla torpe, ciega, tierna. La mentira es pues, la herramienta más experimentada del ser humano para soportar sus propias jaulas y barreras. Y es aquí donde la moral de las personas y las sociedades retroceden o se adelantan en función del juego de las justificaciones que son en sí mismas mentiras generalizadas que terminan siendo verdades. Huecas. Pero verdades, un día. Otro, serán mentiras otra vez.
“Yo no miento, yo no oculto” son los lemas repetidos de las personas que se esmeran conscientemente en mentir, que se destacan por ello en algún momento de su vida y que padecen de este mecanismo que domina de forma importante los espacios más endebles de su vida. Todos mentimos, pero las personas que mienten crónicamente desarrollan capacidades distintas y nutren de vida esto donde hemos erigido nuestras creencias personales y sociales. Hemos criado generaciones, hemos votado, hemos asumido pasiones, hemos formado familias, hemos depositado nuestra confianza en miles de personas que declaran y se manifiestan en contra de la mentira en la literatura, en el arte, en la vida social y en la política, pero mienten. Somos, en ese sentido, unos esclavos de la mentira. Somos subjetivos obviamente, sujetos, motivo y razón de la mentira.
La mentira limita la gestión social al secreto y produce en el que la recibe diálogos que traduce de manera contradictoria entre lo que sabe, lo que se le muestra y lo que se le oculta. Al atreverse a emitir juicios sobre la mentira que vive, el mecanismo social ya trazado lo encasilla en el prototipo del incrédulo, del desconfiado, del pobre de esperanzas, el carente de sueños. El proceso se revierte. Se juzga al que duda, al que sabe que vive en un mundo plagado de discursos dobles.
La ambigüedad es otro de los mecanismos sofisticados de la mentira y es el que proporciona a todo este engranaje matices y riquezas en el método que elige el que emite el mensaje. Ésta es la especialidad de los encargados de los países cuando ocurre una tragedia y la respuesta es claramente ineficiente. Jugar con los supuestos les da tiempo para desmentirse y quedar bien con el pueblo que les ha dado su confianza. Especular y mantenerse al borde de la fantasía hace que la vida sea más llevadera y las crisis se contengan, los derechos se imaginen, la corrupción se crea reducida y la democracia sea por fin lo que los libros de texto enseñan en las primeras etapas de la juventud. La mentira abona a la congruencia, establece relaciones importantes y crea lenguajes geniales y nuevos al tiempo que va destruyendo otros. Es así como la mentira deja de ser en muchos casos un accesorio para ser razón para poder vivir, dirigir, salvar, compartir, trabajar, mandar o ayudar a otros.
Al que miente se le culpa moralmente, pero luego se le concede la oportunidad de redimirse y el juego se torna en valores contrastantes con toda lógica pero funciona y es la apuesta de millones de organizaciones y personas en el mundo. Los arrepentiemientos y disculpas también sirven para purificarse e incluyen redenciones, compensaciones, regalos, y promesas de verdad futura. Ante una mentira íntima descubierta vendrá una dosis de ternura reparadora, ante una decepción social generada por una persona ligada a la política, su partido ofrecerá cada vez más transparencia. Ante la negación de fosas colmadas de muertos que alguna vez alguien buscaba desesperado vendrán sepelios adornados de medios y flores, ante la explosión de una mina causada por un error de procedimientos vendrá la desinteresada indemnización de los heridos y muertos y se hará un evento majestuoso de humanidad que borrará la causa y la irresponsabilidad de los culpables. Y es así como la media verdad simuladora, la apariencia y “las buenas formas” son para la sociedad nociones realmente auténticas.
Ser una persona astuta justifica en gran medida la forma en la que se miente, se le considera una cualidad para lograr objetivos y brindar motivación en los demás. Es una característica que endilgan a líderes y poderosos, pero cuenta en todos los espacios de la vida y posee las más variadas armas para luego hacer de la estrategia de la defensa una acción de buena voluntad y carisma. El oficio entonces, en muchos casos, se convierte en un ciclo que la tolerancia social alimenta y va aceptando con una respuesta que es en gran medida silente y acordada. Las personas escuchan la mentira, la procesan, la evaden y la desordenan para tener una aceptación de la fantasía más real y ese mecanismo es el que define la vida de los países, cómo se comportan las sociedades, cómo se hace periodismo, cómo se estudia, se trabaja, se vota y cómo se opina.
Los mentirosos revientan diálogos que juraron diseñar en el pasado, inventan confrontaciones a las que nadie asistió, no critican lo que antes cuestionaban, aceptan cualquier argumento o silencio si se trata del bando al que pertenecen, defienden a las trabajadoras del hogar pero no les otorgan los pagos y prestaciones que la Ley exige, se erigen como grandes defensores del feminismo y posicionan sobre el tema publica e íntimamente, defienden a la mujer, la honran, hacen procesiones hasta la Virgen Guadalupe, se endeudan el día de la madre pero no dejan de violarla, matarla y usarla como consuelo y como enemiga. En este sentido la creatividad y la energía de las ideas siempre va teniendo nuevas formas y más frases qué decir, más proyectos que escribir, en donde se gastan millones de pesos, más errores a los que acudir para solucionar y más conjuntos y formas de adiestrar el cuerpo, la mente y el alma para rediseñar mentiras.
Muchos gobiernos pagan un bono a los policías que bajen de peso, pero a la sociedad les facilitan consumir autos y vivir una vida sedentaria con permisos para que en las escuelas se vendan los alimentos más nocivos. Por un lado, hacen discursos contra el capitalismo, por el otro negocian con sus más fieles representantes empresariales. Una cosa dice el gobernante en el micrófono y otra su página de internet en el rubro titulado “transparencia”. Aquel funcionario que se conoció solo por sus escándalos y gestiones mediocres hoy es el preferido de la tribu que manda, ahora se le conceden todas sus necesidades económicas y políticas y hoy se le admira por sus capacidades negociadoras. Ahí el mecanismo logra su cometido. El olvido y la confusión ayudan. Celebran los presupuestos asignados a seguridad, pero las cabezas colgantes en un puente las mandan a borrar del noticiero de la mañana. Se anuncian en pantallas grandes en los pasillos de un sistema de transporte oxidado y sucio donde las personas circulan casi sin respirar, pero alegan que no alcanza el dinero y que lucharán hasta la muerte por conseguirlo. Es así que un día trabajan por el pueblo y el otro por los empresarios a los que les piden no salir en la foto el día que se ganan las elecciones.
Los que nos quejamos brindamos apoyo constante a este sistema, apostamos por unos o por otros y cuando ya no tenemos cómo salvar nuestros sueños acudimos a la negación, ese paraíso de la mentira donde justificamos todo de los demás y nos olvidamos de nosotros en ese parque de diversiones donde jugamos a creer que luchamos, que participamos en nombre de muchos pero nuestra función es responder al sistema y seguirlo aceitando peleando por los logros de unos y las corrupciones de otros, dejando la dignidad en algún papel que nadie lee y en alguna asamblea de vecinos a la que nadie acudió para trabajar sino a pasar el tiempo aunque el agua se la quede el del piso 12 y el del 9 no pague la luz nunca porque ha instalado un sistema para que el medidor no funcione. Callamos, es decir, nos mentimos y aceptamos. Somos el ruido, el material de todas las invenciones, apenas un resquicio de algo que llaman ciudadanos. Mentimos, igual.
El oficio de mentir, ese caos que gobierna nuestra sociedad, usa la voz, la sonrisa, la ternura, el ladeo de la cara, el impulso de los hombros, la falta de control de las extremidades, el movimiento involuntario de los ojos, la naríz y la boca, la mirada siempre evasiva, y signos siempre presentes de preocupación no puede ver con claridad. Éste es un oficio que sobresale de la cotidianidad del lenguaje , que se interna en el imaginario de los países y hace que todo proceso, toda vida, todo proyecto termine en desencuentros. El oficio como carrera va formando anécdotas y perfilando a seres bastante descontrolados y con los años el acuerdo inicial de aceptar la mentira se desvanece. Un día todo colapsa en un rincón más desolador, la mitomanía, que acompaña y desluce los esfuerzos sobrehumanos por ser grandes, importantes y felices.

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