Nosotras desde el privilegio

Mi abuelo afirmaba que la palabra escrita no se borraba, lo decía como sentencia, como amenaza lingüística, como si lo que se escribe en cualquier nota pudiera durar un millón de años,  como si el fuego no quemara historias completas que jamás sabremos o la humedad no se las devorara. Esta vez me permito no estar de acuerdo con ese hombre que cuidó de mí en las tardes de mi primera infancia,  con la dulzura y dedicación de un padre, que me enseñó a leer y escribir y a maravillarme por la música de su alegre piano.  Así eran mis tardes, llenas de privilegio y de esperanzas. No hacían falta lujos para saber que desde pequeña mi educación y mi bienestar estarían en muy buena parte asegurados, porque además aquella vida estaba enmarcada por mujeres que llegaban a casa de los abuelos a hacer ruido con su independencia y sus experiencias de trabajo. Desde allí las observé. No se trataba el tema del feminismo, pero ellas lo eran, desde que pudieron y como pudieron.
Cecilia / 70 x 70 cms / Tinta y Acuarela / María Ghersi / 2018 / @Ghersi_Atelier 

Qué alegría leerse y releerse después de años, meses, semanas y poder editarse, reagrupar las palabras y dar otro significado a lo que lo necesita de inmediato, siempre renovado. El feminismo lo necesita, así como todos los movimientos y teorías que nos tocan lo más íntimo. Luchamos todas de diferentes formas, unas nos equivocamos, nos volvemos a acordar de nuestros privilegios, nos reinventamos, pensamos en las que no tienen nuestras herramientas, admiramos a quienes se atrevieron a más y confiamos en llegar al lugar que nos exigimos. Hoy debemos reconocer que quienes contamos con tantas fuentes externas que nos alimentan y nos reeducan estamos tratando de enfocarnos en algún punto que acierte y le sume más mujeres y más diversidad a este movimiento. Lo hemos hecho de la manera que podemos,  pero hemos obviado en el camino dirigirnos a la raíz de estas fuerzas, hemos olvidado otros argumentos, otras vidas y otros sentidos que en el feminismo actual, tan fácil de adoptar, se deberían cosechar quizás desde espacios muchos más útiles.

Este pequeño texto es un recordatorio para que practiquemos en nosotras el contraste, para que nos veamos en el espejo de todas, para que reeditemos y borremos lo antes mal escrito y seamos todas en función de lo que obviamos, de omisiones muchas veces no menores a las que ellos cometen, de la misma calaña que las que no tardamos en señalarles diariamente a los que nos acompañan por la vida, a los que en muchos casos se manifiestan y a los que observamos en medios y redes articular discursos desde el machismo evasivo o involuntario que padecen.
A lo largo de mi pequeña experiencia en Venezuela, México y Estados Unidos, lo que también sobra en el lenguaje colectivo, en ese mundo que creamos y en el que colaboramos, es la denostación constante de mujeres a mujeres, no lo neguemos. ¿Por qué los cuestionamos solo a ellos cuando atacan o minimizan a las mujeres? ¿Por qué no estar alertas cuando las mujeres lo hacemos también? ¿Por qué no aceptar que nosotras también tenemos discursos aprendidos?  Sabemos que la carga cultural nos hace olvidarnos de nosotras y  aportarle a los patrones viejos lo que creemos era una crítica o una burla permitida a nuestra igual que consideramos por años diferente. En el acercamiento honesto al feminismo debemos tender puentes para vivir en los espacios de otras, preguntarnos por la vida de las otras y asomarnos sin prejuicios a los mundos que padecen las otras.
Sería ideal que las que contamos con tres platos y más de comida diaria nos veamos en el espejo de la que tan solo come una vez y no le alcanzan las fuerzas para leer en la noche largos documentos ni le sobran energías para estructurar acciones para defenderse del machismo en su comunidad; que las que tienen un empleo fijo noten a las que le dedican doce horas de trabajo ininterrumpido a la tarea de confeccionar la ropa que otras compran en los grandes almacenes para ir a una oficina en la que sí pagan seguro social. Ojalá las que tuvimos educación segura gratuita o pagada nos metamos en las mochilas de las que tuvieron que caminar varios kilómetros para pertenecer a un programa de gobierno que prometía que las educaría y solo les enseñó las vocales y algunas canciones patrióticas. Qué adecuado sería que las que nacimos con todas las atenciones hospitalarias no nos atreviéramos a criticar lo poco que se cuida aquella, que las que podemos pagar nuestras consultas médicas semestrales y podemos prevenir alguna enfermedad por atención oportuna, nos formáramos con una amiga en la larga cola en algún ambulatorio, documentáramos cómo se le trata. Qué feminista y qué solidario sería que saliéramos a la calle a mirarnos más. Mirándolas a ellas, nosotras podríamos mirarnos más allá de nuestras vivencias.
Cuando gritamos consignas deberíamos estar pensando en las que no pueden entender el proceso que ocurre dentro de ellas cuando han tenido un aborto involuntario por falta de minerales en su cuerpo. Nosotras, las que podemos decidir si tener o no un aborto ayudaríamos más ayudando a las que no tienen opción de hacerlo porque o mueren o las encarcelan antes. Aquellas que luchan por el aumento de sueldo tienen la opción de acercarse a la vida de las que apenas pueden lograr conseguir unos metros de tierra para sembrar lo que podrán comerse. Las que nos sentamos a escribir sobre este tema por gusto y pasión y tomamos agua del filtro cada tanto entenderíamos los problemas de las que necesitan hacer el esfuerzo de caminar cuatro horas diarias para buscar agua y calmar la sed de sus pequeños y limpiar sus pobres comunidades si las observáramos de cerca, más allá de testimonios y bibliografías.
Tendemos a masculinizarnos al referirnos a otras. ¿Lo han notado? Tendemos a pensar que nuestro universo es único, que con quienes pasamos nuestros días son a las únicas que tenemos que dirigirnos y demostrarles nuestro insistente tema. Cuando golpean el rostro de esa mujer de los abarrotes y lo dejan ensangrentado, ¿sentimos que ella y nosotras estamos luchando por lo mismo? Sabemos, antes de poner en marcha el coche apresuradas que ella no tiene los mismos privilegios que nosotras para levantarse del suelo y poder defenderse o pedir justicia. ¿Por qué nos alejamos? Cuando en otros casos una mujer no trabaja por diversas circunstancias, no quiere tener hijos o no cree en la formalidad del matrimonio, ¿la feminizamos o la masculinizamos? ¿Han notado qué dicen en estas circunstancias? ¿Cómo acercarse a estos temas desde la humildad? Es una pregunta retórica, lo sé,  pero yo he tenido que hacérmela.  En espacios pequeños que me rodean he notado la crueldad de los designios femeninos que pueden tener de todo menos feminismo dentro.
Se me antoja oportuno reconocer a las que diseñan estrategias y son especialistas en el tema y aprovechan sus espacios para resolver asuntos emblemáticos, y al mismo tiempo promocionan y consideran en ese mismo universo a aquellas que colaboran cada día para que nos informemos de las injusticias en redes sociales, incluso, a las que nos cuentan todo lo que sucede en sus comunidades, donde no llega la prensa, donde no hay Twitter ni seguidores ni likes ni relaciones públicas. Hoy también quiero hacer notar el trabajo de todas las que sostienen sus comunidades, que no conocen la palabra “machismo” ni ¨feminismo”, pero viven poniendo la mano sobre el hombro de las otras.
¿Cómo es posible que nosotras las privilegiadas obviemos tantas veces todo este ejército de mujeres que construyen grandes mundos sin que las nombremos? Sin que las busquemos, sin que las invitemos a recrear ese mundo por el que luchamos. ¿Por qué nos molesta que en la esfera política las instituciones y partidos usen el género para moldear discursos y nosotras al mismo tiempo hacemos lo mismo al olvidar el todo nuestras demandas? ¿Por qué tantas veces nos sentamos en la silla del privilegio para crear narrativas que creemos útiles? ¿Por qué todas esas mujeres que abonan nuestra tierra, que la hacen, que la alimentan y la sufren no son parte fundamental de nuestro equipo de batallas?
Habrá que desdecirnos todos los días, reescribir y honrar a todas esas feministas que no saben que lo son y también insistir en dialogar con ellas. No las queremos muertas, heridas, dolidas, lastimadas, ensangrentadas, maltratadas, angustiadas, llenas de miedo, encerradas, aplastadas, escondidas, ni lejanas.


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