Carta a un feminista

A muchas nos cuesta expresarnos en este tema sin enojarnos, sin sentirnos y sin decepcionarnos. Ya no sabemos cómo hablarles, no hemos podido entablar un diálogo constructivo desde que emprendimos esta lucha, para algunas muy nueva a pesar de la gran historia que la precede, para otras una forma de vida. Personalmente me he valido de la observación de años para concluir hoy que no se ha podido llevar a un lugar de diálogo profundo a los hombres en este tema, incluso a los que se declaran feministas y tratan de aportar lo que pueden a la causa. He visto cómo públicamente no se exponen a cometer errores pero en lo privado continúan obviando lo más elemental, ese principio de igualdad que debería ir minando el odio y no empeorando la guerra que hace años vienen propinándonos a las mujeres con todas las armas de disolución posibles.
Hemos aguantado la guerra, la muerte, la enfermedad que nos desgasta, hemos caminado, hemos argumentado, aprendido, despertado, hemos corrido a liberarnos, a quitarnos de nuestro ropaje todos los prejuicios infundados, hemos sido castigadas, hemos callado y gritado, también hemos planteado guerras a muerte, hemos retrocedido, nos hemos equivocado, pero hemos vivido con el látigo eterno de su discriminación disminuyendo nuestra estima. Algo elemental deben reconocernos: no hemos descansado jamás en este natural intento por sobrevivir, literalmente.

Sé que muchos de ustedes conocen los procesos históricos que nos han llevado hasta aquí, que enmarcan la palabra ¨feminismo” en sus bocas para autoalabarse, lo sé, claro, porque han sido vehementes en sus discursos. También sé que el feminismo muchos de ustedes lo reconocen desde su honestidad intelectual más sagrada, pero en el día a día no les incomoda que nuestra imagen sea la de un burro de carga que les sostiene las metáforas y realidades de los oficios domésticos, placeres sexuales y servicios sociales, familiares y profesionales.  ¿Les incomoda o no? ¿Por qué no lo hablamos? Esta injusticia que se ha denunciado hasta el cansancio sigue ahí dictando las notas de la música que los acompaña durante toda la vida y ustedes la bailan al son que les sea determinado administrar. A ustedes les parece que parafrasear acerca del feminismo sin dialogarlo con sus pares ni con una es una opción para ocultar la enfermedad. Ustedes creen que contestar a nuestros argumentos y quejas sin plantear soluciones es lo que alcanzamos a merecer.
Me pregunto todos los días ¿hasta dónde puede llegar su mezquindad? No nos saben, no nos preguntan. Ustedes hablan de ustedes y de ustedes y de ustedes frente a nosotras, pero yo no los he visto bajar su ego para mirarnos de frente. ¿Por qué no practican lo estudiado? ¿Por qué no convocan al diálogo? ¿Además de sobrevivir, estructurar sistemas de defensa y de exposición de motivos, nosotras también debemos diseñar la manera de dialogar un tema que ustedes protagonizan? ¿No nos entienden, pero nos reinterpretan en sus posturas? ¿Tocan el tema solo para complacernos? ¿Por qué no se disculpan? Nosotras pensamos que están esperando que agradezcamos que públicamente echen mano del  discurso feminista y se lo apropien, porque para no faltar a la costumbre también es menester decidir en qué términos se acercan al tema y en qué circunstancias aprovechan para palomear en su agenda del buen ciudadano su participación en lo que nos aqueja.
Sabemos de memoria que los crímenes e injusticias pasan porque se puede, porque ustedes todo lo pueden, y ese contrato silencioso no les incomoda tanto como nuestra crítica. Ustedes de verdad sienten que son dueños de las familias, oficinas, centros comerciales, estadios deportivos, bibliotecas, calles, bares, teatros, parques, casas, cuerpos, el sexo, la moda nuestra, las medidas nuestras, nuestras carreras que ustedes no las luchan y el dinero que no debemos ganar.
Muchos decidieron que la teoría del feminismo, que no es un tema menor, era la que iban a usar para participar en esta lucha pero no se han contestado ninguna pregunta que la historia exige. Otros están intentando “ayudar” en sus espacios, lo que se traduce en que ese trabajo le corresponde a otra naturalmente y no a él, pero parece que esto les alivia las culpas. Otros se están liberando del sentido de propiedad corporal y “dejan” que sus parejas o compañeras se vayan adueñando de su propio cuerpo. Otros han elegido con vergüenza no pegarle a las mujeres porque en algunas sociedades ya es mal visto el maltrato físico por cualquier niño, y otros, jefes, disponedores de sueldos por jerarquía de género, ya están empezando a entender que la nómina por horas debería ser igual para hombres y mujeres pero aún no se deciden. Otros han sido realmente honestos y se confiesan no aptos para tal empresa.  En este sentido debemos aceptar que se ha avanzado un tanto, pero es como si se entrenaran en reparar una sola conducta porque abarcarlo todo les quitaría horas, virtudes, regalías, reconocimientos, poder, estatus, dinero y espacios para ejercer su masculinidad que no sale de las paredes de sus almas machistas. ¿Por qué es que nos conceden una oportunidad y no todas? ¿Por qué nos quieren aleccionar? ¿Por qué se piensa que nosotras debemos luchar por cada espacio en la sociedad? Todo eso nos ha quitado tiempo, dinero y logros. Estas son mis dudas recurrentes, mis dudas reales, sin ironías.
Hace poco quitando mis propias rabietas empecé a pensar en ustedes desde otro ángulo y traté de defenderles. Todos sabemos que el universo se nos fuga en todas las direcciones y que la identidad masculina hoy se ha visto amenazada como ley de vida, hasta la economía los ha hecho tratar de bajar la cabeza y entender otras formas de intercambios pero se les cuela en las venas la autocompasión, se creen víctimas. Quizás lo son, ustedes están perdiendo su espacio en el reino del poder. A veces siento que por eso nos matan, nos pegan, nos critican, nos cuestionan, nos burlan, nos usan, nos interrumpen, nos anulan, nos señalan y nos queman en cada hoguera moral que puedan usar en nuestra contra. Ha de ser difícil vengarse y al mismo tiempo pelear el lugar supremo con los suyos para que no quede en entredicho la hombría que les hace falta para mantenerse estables. La hombría del mando, del todo, de las oportunidades y las decisiones. Admito que esa idea de hombría les ha significado una carga que por años han tenido inconscientemente que manipular entre un reto y otro. El mundo corre, nosotras también. Sin embargo es urgente que comprendan que sus emociones, ligadas a sus costumbres, se pueden convertir en una hora en un crimen, y se ha demostrado que esos crímenes apenas hoy empiezan a tener consecuencias con algún tipo de justicia. Estamos ahora también peleando con todo el aparato legal que les concede bonos gratuitos a la hora de los sucesos más crueles.
¿Cuándo detenemos la guerra y la hacemos diálogo? ¿Cuándo van a hacer un alto? He pensado que si dejamos de describirles lo que nos pasa por culpa del machismo y empezamos a ponerle otro nombre al problema quizás se construiría más y muchas estamos dispuestas a ceder, pero no sabemos si funcionaría. Entiendo, es demasiada agresión por todos lados. Soportan que se les está saliendo de las manos su impunidad y además que se esté hablando de ustedes en todos los espacios posibles gracias a los movimientos que han cobrado fuerza y a la censura que debería ya cambiarse para empezar a convertirse en diálogo, en conversación, en debate pleno.
Las limitaciones propias nos duelen como a ustedes que tienen la capacidad de ocultarlas y maquillarlas tras la gran defensa de género que los arropa, pero nosotras las mostramos, las conversamos, las estamos dialogando aún con aquellas que no quieren ni les interesa escucharnos, unas por el ego de su feminismo famoso, otras por excluir simplemente y otras por el olvido al que se han acostumbrado en su falta de interés. Pero hay una voz que cada vez es más fuerte. Estamos pidiendo auxilio con el alma y estamos dando argumentos con nuestro pensamiento. Realmente creemos que no nos hemos fallado aunque todas seamos diferentes.
Los estamos observando, estamos esperando mucho más que supremacía, estamos esperando menos héroes y más humanos, menos dictadores, más democracia en la calle, estamos esperando con una paciencia infinita. No nos hemos rendido a pesar de la sangre femenina que corre por nuestros territorios, a pesar de las atrocidades que corresponde por regla vivir a tantas; no nos vamos a rendir a pesar de vivir y rendirle sonrisas a una vida que a veces libramos con muchos enemigos.
Han pasado años sin acuerdos, años de puras concesiones, de permisos, de excepciones, también de censura; ella ha alcanzado algunos objetivos pero a mí y a muchas nos parece que ustedes serían feministas si realmente renunciaran a sus privilegios en razón de sentarnos en sillas del mismo tamaño a tomar apuntes de un dialogo con todos nuestros miedos y depositarlos en una razón nueva que no nos describa más como hice en párrafos anteriores, sino que nos reescriba a favor de no perder en el riesgo de la evasión y de la guerra los procesos más poderosos que la historia nos ha dejado observar.


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