InvenTATE

Entré a la Tate Modern Gallery of British Art sabiendo que vería una de las colecciones de arte moderno más importantes del mundo, un viaje de regreso hasta el año 1900.  Unos dicen que era una central azucarera, yo inventé  que al encontrarme con un tubo color vino recorriendo entre curvas gran parte de la fachada interior me encontraba ante una antigua productora de carbón que husmeaba en  la orilla sur del Támesis. El reto, leer lo que mis ojos jamás habían visto, orientar mis notas sueltas de aquellos que se llamaron artistas y los que no tuvieron nombre. 

Recorrer las amplias salas del terror y la emoción y desde lo cual me siento totalmente expuesta desde siempre, fue el primer paso,  “la ampliación del inconsciente”, que le llaman la sugestión del mismo. Representaciones y metáforas de la imaginación, formas, orgánicas?, planetas en navegación, mi buscado Dalí con su metamorfosis que recordé pintando con deseo y angustia, el pincel  de la estima pisoteada por el ego, remojado con adentros oscuros de sombras e identidades que el género no le permitió.  Magritte en su inicio geométrico y su andar futuro con amantes mutilados, ciegos, sordos, mudos, gritando en un beso, repeticiones del mismo “yo”,  “él” cayendo como lluvia,  y los pies tiesos de un hombre que calcaba ventanas siempre mirando a través de  ella.  Un cuadro sin nombre, con un cuerpo cerca de un racimo de plátanos que se me antojó actual por aquello de los países bananeros que bautizaron mi “visual” interpretación en cuadros y más cuadros de vida y política plasmados  en las armas.

Hombre con el hombre y sin él, característica innegable de los años del tan aclamado surrealismo donde los seguidores de André Breton manipularon el arte hasta hacerla más que grandiosa. Una hora le dediqué a este, cómo decirlo, espacio oscuro y secreto, repasando imágenes que venían a mi como recuerdo de aquella pequeña biblioteca de cine y arte que visitaba en un cubículo de mi facultad.  Dos encuentros, el papel y mi cuerpo, los del invento total, los del prejuicio inicial y lo que las biografías no explican. El arte es un todo que puede ser creado y observado desde las maneras que se quieran interpretar.

Seguí mi camino y me encuentro en lo crucial. Me percaté, que  la señalización de la Galería estaba equivocada, mal diseñada, porque decidí que no estaban bien agrupadas las obras, ni por secuencia, estilo o momento histórico correspondiente. Gran ventaja, porque confundía yo a Pollock con Lichtenstein, pues el efecto para mi era el mismo y me atrevía a afirmar que el  “arte abstracto”  “es abstracto”, así como el orden de los factores no altera el producto y miles de justificaciones que aliviaban mi inquietud por entenderle al paseo. Catalogar es necesario? No lo sabía, yo podía convertir un bolero en rock y una luna en sol y un Miró en Dalí en la brevedad posible.

Salí a encontrarme con Andy Warhol, este que crea espacios absurdos y cuerdos a la vez, a quien le confiero una distancia fantasma, vacía, que mis sentidos no acopian y no muerden, no mastican, no saborean desde lo que él fue,  no es él  quien me aparta de su centro, soy yo quien lo condena y le tengo un afecto medido y desconfiado por el comercio artístico al que alegó justificar en conceptos para mi ya vencidos.  Sigo y me saluda el “Príncipe de la modernidad”, pasa lo mismo, pero Marcel Duchamp  me pone una pared inmensa, me atrapa y me deja a 20 metros de distancia y lo recuerdo en mi sueño poniendo el “urinario” en una mesa, argumentando lo escrito con cara de entendido, flaco, desgarbado, con las canas enlazadas con sus lentes de horma grande, tirando el cigarro y pisoteándolo con su larga sonrisa de cinismo que hace que mire su obra pero que la encuentre carente de sentido con contenido, que lo traza y lo tiene pero que rebasa los ordenes básicos con los que me enfrento a una obra.

No me pasa lo mismo con Picasso, arquetipo, tipo, “typo”, una máquina de escribir, un licenciado de letras no muertas, vida y más, común a los delirios desde dentro hacia el más allá, emoción honesta que en las sombras/sangre llena de manchas claras una realidad palpable. Cobres, rojos, cubismo moro, lloro, amo imploro. Caigo de rodillas.

Nunca antes supe de los relatos en tiempo real que  los cuadros de Francis Bacon llegaron a lograr; adivinaba sus sótanos de la muerte, pero hubo un cuadro fondo negro donde la tristeza madura y se marchita en  trazos disparejos. Se mueve ese sentido y se hace grande y chico como la quijada de uno sonriendo al lunar invasivo del otro.

Matisse con su perfección dislocada y viva, que concuerda con Vivaldi y sus altísonos en armonía. Renoir con su exactas impresiones de la vida, sujeta a las mujeres como títeres y las pone en ese lugar que se dice conocer, nos hace mirarlas en ese espejo borroso, hipócrita y servil.

Me quedé parada, sintiendo una especie de tristeza enorme, una sensibilidad culpable por no haber hecho nada, sabía por las señales de aquel tránsito,  que  en la próxima sala vería arte experimental y es ahí donde el corazón se me vuelca, no de admiración, de esa culpa.  Caminé con cuidado y me encontré con una loca británica llamada Sara, una fotógrafa que se encarga de moldear la imagen de la mujer muy delicadamente en una secuencia larga donde la lleva a convertirse en una perra en celo, con rasgos andróginos al mismo tiempo, frotando calaveras entre sus piernas, tetas cubiertas de huevos fritos,  y termina insistiendo en lo indefinido del sexo con maniquíes y órganos sexuales  que se menean en sillas, se mueven sin sentir,  y como broche de oro pone un pollo en el pene de un hombre. Pensé que era una propuesta desgastada pero  muy bien construida y sus fotos tienen el descaro de ser sórdidas y hermosas a la vez.

“Rocky”, se llamaba un video de un hombre que ponía la cámara fija y se daba golpes durante 10 minutos, unos pasos más allá o más acá. En contraste, casi adrede,  me regalaron  una puesta en escena de dos televisores  con una misma persona  hablando en ambos, usando las mismas palabras pero el título se refería a temas distintos, como si la edición lo fuera todo sin serlo y  la alusión del que todo es nada y la nada es todo poniendo de juez un cronómetro impacta con su honestidad, al darle a la palabra todo el argumento de la obra.   Luego tuve que soportar un video de un suicidio en una exposición en Paris apropósito de La Exposición del Milenio, en la que un hombre en total indigna tarea se encierra con leones y caimanes a que le quiten partes del cuerpo y el  “Happennig” entonces  quedaba a cargo del resultado de las sensaciones de los observadores.

Ya terminando, queriendo salir corriendo para seguir inventando algo, para tratar de ignorar lo que existe, para no sentir la opresión de mi irresponsabilidad, tuve el honor de ver a Kandinsky que es un abstracto, espiritual? de montañas rusas y arco iris. Antes de por fin poner un pie fuera del “desasosiego feliz” me tiré a los  brazos de una obra llamada “Concierto a la Anarquía” de un piano suspendido en el aire boca arriba, por el cual las teclas se vomitan y me llevaron a revivir aquella escena nefasta del “Perro Andaluz”.

No pude ver a Yves Klein pero me debo ese sentido, antes de querer permear mis culpas tirándome del balcón para subir a sus azules cielos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Armario

Tacones Cercanos. Matrimonios del mismo sexo.

Yo perreo sola