UN MEDIO, UN REAL Y MEDIO, TRES AÑOS MUERTOS

Apenas pisé tierras mexicanas para tener una nueva vida con la persona que acompaña mi días, repicó el teléfono para avisarme que mi madre sufría de una enfermedad casi incurable. Ese fue mi debut en  la tierra de las pirámides y de los rosas opacos, de lo maravilloso y de lo inmundo en un mismo nudo,  que entrelaza a una cultura palpitante de energía, agotadora, fría y dulce, que empalaga y confunde al que la pisa por primera vez.  Apenas estaba saboreando los placeres y las diferencias culturales que marcaban un gran abismo  entre mi país de nacimiento, Venezuela y este torbellino de sentidos que llaman Ciudad de México. 

Apenas calmaba el vértigo que provoca haber saltado un gran mar de distancias que me alejaban de mi tierra pero me acercarían a destinos más hondos. Apenas había caminado unas cuadras cercanas a mi nuevo hogar en la Calle de Cuernavaca en la Colonia Condesa,  percibiendo ruidos como el incomparable silbato del "camotero", los acordes de órganos tristes que explican los trazos de la ciudad y los silencios nocturnos, como los de las máquinas industriales desgastadas  mostrando el ritmo que producen las tortillas, el ritmo torpe y aguerrido de todo un país.  Había apenas conocido los sabores ácidos y picantes de la comida más paradisíaca y variada que probé jamás. Empezaba a conocer los acentos, los modismos, los precios, los usos y costumbres que tanto me asombraron aún siendo latinoamericana, aún siendo criada en buena parte con la influencia de México en nuestros medios de comunicación, en nuestra admiración y suspiros por conocer. México, enorme y chico, triunfante y caído en canciones, crinejas de cintas coloridas, cestas llenas de dulces, frutas en cada esquina y flores en todas las esquinas. El cemento que lo compacta decorado siempre por la creativa luz más íntima de los mexicanos, los que todo lo pueden aunque no, los que todo lo hacen aunque no sepan, los que todo lo colman de abundancia aunque no haya. 

  Para esos primeros y muy cortos días había ya decidido que México en los medios televisivos me había engañado, y en los medios literarios, quizás, porque buena parte de mi interés había ignorado alegremente la verdadera historia,  pero a pesar de la decepción del estruendo primero,  encontré un lugar donde las cosas se mueven rápido, el azar importa, la negatividad trasciende en un doble sentido y una persona hábil como yo para observar tendría buen futuro en las puertas siempre abiertas de este país.

Así no más, paso a paso, llamada tras llamada, disimuladas y abstractas, caí en cuenta de que el cáncer podría matar a mi madre de inmediato.  Y en esas elucubraciones que llegaron a obsesionarme fui capaz de pensar que podía renunciar a mi nuevo amor  y salir volando en un avión para aterrizar en los brazos moribundos de mi madre y lograr un milagro. Mi mano la curaría, mis atenciones, mi inagotable amor por sus manos, sus tonos, sus olores y espacios. Nada más falso. Cuando este tema tomó proporciones prácticas y reales mi madre se opuso totalmente a tal disparate y a partir de allí tomamos una  comunicación  intensa, médica y dolorida por correo electrónico. Una rutina que no podía sustituirse por otra, donde mis ansiedades iban a desembocar en frases de desesperación,  disimulando un amargo tan  profundo que hacía calcinar en partes cenizas todo mi proyecto de vida que deambulaba como humo entre la contaminación, una terraza que me acababan de regalar y los aires extraños que un posible duelo me hicieron tomar.  Miraba por las ventanas de mi pequeño departamento recién instalado y fumaba 20 cigarros  al día acompañada de una soledad responsable que me hacía caminar de un lado a otro y perder todas las ganas de hacer algo, lo que fuera. Prefería entonces someterme a mis pequeños indicios artísticos y dibujaba células que se comían el aparato reproductor de mi madre e invadían su cuerpo tierno, de miel, blanco y pecoso y lo hacían ver como un cadáver. Azules y violetas en forma de átomos que  guisaban una masa púrpura  que explotaba como volcán con tal de matarla.  Fue la etapa más cruel  y temerosa que cualquier ser humano puede sentir.  Aparte de inventar una nueva vida y planear viajes largos a Venezuela, buscar vuelos, y asistir a mi trabajo, yo me sentaba en la computadora a escupir toda esta tragedia que para mi era doble, o triple. Una vez fuimos seis en la familia y todo indicaba que quedaríamos solo tres,  con esa "mochila" de vivencias, infartos, médicos y escalofríos sobre nosotros. 

Mis letras eran oscuras y comprometían gran parte de lo que nunca fui. Yo transcurría a través de mis escritos y mis cartas a familiares y amigos, chateaba con todo el que estuviera en línea para expresar mi único tema, mi única meta, mi único fracaso en la vida,  hasta que mi madre empezó a padecer junto conmigo, no solo su dolor sino el mío a través de la "Web" tomando proporciones cómplices cada vez mayores. 

Hoy cuando aterrizo en mis textos no hay una sola frase que no contenga esa danza melancólica que en esos tres años yo desarrollé como forma literaria. Cuando viajaba a Venezuela a atender el cuerpo frágil de mi madre, la historia era igual pero estaba dirigida  al blanco perfecto, el destinatario era entonces quien me esperaba en México.  A él le atribuía toda expectativa, dolores, preocupaciones en forma de "e-mail" con títulos y subtítulos fatales. A él le conferí una especie de dictadura emocional que se basaba en expresarle y confirmar uno a uno los sacrificios de haberme exiliado por amor. Un poco de injusticia disparada a los cielos y a los afectos, imagino, era la válvula perfecta cuando veía en los ojos de mi madre las ganas de por fin rendirse, algo que no se olvida nunca. 

A pesar de que mis fuerzas en cuanto a los cuidados médicos fueran tan demandantes y cumplidas, a pesar de responder  con  entusiasmo mis propias normas de atención exacerbada para con mi madre, mi tiempo escribiendo y dibujando era una catarsis necesaria para salir de aquel cáncer emocional que yo desarrollé viendo como pasaban los días de agonía que se vivían en mi antiguo y cálido hogar que yo quería conservar en "Los Andes" venezolanos, en mi carrizal de música, plantas y sueños frente a las montañas. 

Para aumentar el precio de este plan de los destinos, mi vientre abultado y mis hormonas empezaron a acunar una nueva vida y el estruendo del compromiso como madre y como hija hicieron un “batidillo” moral que iba más allá de lo que yo creía posible. Haciendo vida y aceptando esta nueva agenda,  en menos de 6 meses todo se invirtió y multiplicó al mismo tiempo. Pretender curar un cuerpo,  adorar mi vientre y platicar a solas con la libreta, la calle, la farmacia o el pasillo de hospital en turno. 

Antes de que mi madre muriera una fuerza descomunal vino una noche a mi casa en México, y me insistió en que relatara un correo de súplicas. Le pedí a mi madre que no tomará su dosis de quimioterapia, que no había necesidad de intoxicarse de nuevo para vivir una agonía que la mataría o que la aliviaría solo por unos meses. Ya estaba yo segura que mi madre moriría pero esperaba callada, como ella,  que resistiera hasta que mi segundo hijo visitara mis brazos y su vida pudiera envolverlo de voluntad y llevarlo por los aires al nido de la abuela y diera al menos un beso tierno en la frente de mi negrito y le bendijera los días. No, no se pudo, esa carta que después de 4 años leo y releo sin parar, cada semana, cada mes, fue una  carta veraz,  un documento que se volvió tan firme como la vida de aquellos tres que dije que quedaríamos con aquella mochila de fotos encima. Era una carta de una hija a su madre que pedía mejor bien morir que ahogar la vida en una muerte fatal. La tarde siguiente, salí a mi parque México, y me detuve en una esquina con un agotamiento feroz, con ganas de dormirme para siempre sin explicación. Caminé de vuelta a casa, hice nadar a mi catire en las aguas tibias de la ternura del atardecer, saqué del librero un rompecabezas de mujeres elegantes, y de piernas largas, me puse el pijama, embadurné mi panza de cremas hidratantes y relajantes para que mi otro bebe no sintiera tanta presión y me senté a armar esas caras, esas tan femeninas vestiduras moradas y azules que desfilaban felices.  

Y llegó el momento,  una llamada telefónica me dio la noticia. Ella moría en la tarde mientras yo caminaba un desgano de tres años, ella moría en la tarde sin que yo supiera nada. A ella esas células violetas que yo inventé, se le desfloraron por dentro y no hubo nada capaz que pudiera  asustarle la muerte.

Hace pocos días boté en la basura el rompecabezas de mujeres elegantes que platicaban bajo la sombra de los árboles como si el viento las curara. 

Comentarios

  1. niña, cómo me has hecho llorar! Me he identificado con tu relato, el exilio duele sobre todo cuando sabes que no puedes estar allí. Cuando sabes que puedes estar comprando tomates en el supermercado sin enterarte de que quizá a miles de kilómetros "algo pasa". A veces temo, como los niños eso que tu cuentas, la pérdida de mis padres y el estar a más de 12 de horas de distancia... Me ha llegado muy profundo tu relato. Te mando un beso y gracias por compartirlo.

    ResponderEliminar
  2. Mi queridísima Machix, si te estimada y admiraba, ahora, sin duda, lo hago con mayor razón, es una dicha poder tenerte y leerte y es un honor saber que me compartes esto y que abres así tu corazón. La catársis de escribir es grandiosa y la de leer y sentir esa empatía es mayor.
    Te quiero linda! Va beso
    San

    ResponderEliminar
  3. Felicidades a la bloguera! Es inspirador y conmovedor leer lo que con notoria pasión y sentimiento ha sido escrito. Eres capaz de generar la más auténtica empatía a través de tus palabras.

    ResponderEliminar
  4. Qué alegría que te lean. De verdad mil gracias

    ResponderEliminar
  5. Machi, cómo me has hecho llorar. Qué bonito y qué triste y qué sincero texto. Gracias por compartirlo. Te quiero y te abrazo desde acá. Mucho.

    ResponderEliminar
  6. Machix... si..que bello y triste.. !! Ya. Ella y yo hablàbamos de ti.. y sabes? se reìa de los cuentos... Si estuviste siempre. YA.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El Armario

Tacones Cercanos. Matrimonios del mismo sexo.

Yo perreo sola