Habla La Cámara.






BARAKA
1992
Película documental dirigida por Ron Fricke.


Ver y sentir este documento de vida es un manjar que da respuesta a  las preguntas del ser humano cuando se confronta con lo interno, lo sublime, con el origen del hombre que conduce a la razón irrefutable de la muerte.
Este documental filmado en 24 países bajo la batuta de un director de “orquestas” visuales, plasma la relación del hombre con la naturaleza y cómo la cultura y las razones raciales y religiosas lo separan y lo unen al mismo tiempo con el núcleo de la existencia. La producción fotográfica efectiva y sigilosamente planeada demuestra la revelación del hombre con su origen animal y las consecuencias de su transformación dentro de las  causas  demográficas naturales y esto es narrado en una danza perpetua que lleva del nacimiento a la muerte con una delicadeza que va más allá de las explicaciones que se sugieren en el terreno en el que va rodando la cámara.
En una secuencia bien apacible, el director da comienzo al argumento central de la narración descrita con tal intimidad que se lee en primera persona. Relacionado con lo  genético y primario, el  “hombre mono”, allí, existiendo,  en un lenguaje simple y silencioso, con imágenes en relieve, con profundidad y textura que implican abandono, frío, la soledad y el sentido de la brevedad de ese instante al nacer, con los movimientos y expresiones de un animal que pareciera acaba de descubrir el mundo. Se sienta  sobre la maternidad del  agua  y observa su entorno abismado y asustado.
Luego de una noche estrellada con juegos de luces rápidos se abre paso el despertar de una ciudad con gran riqueza cultural y pictórica, luz cálida que se planta en los muros decorados. Hombres y mujeres descritos de pies a cabeza que trabajan entre humos ondulantes y a la vez otros que danzan clamando al cielo con sus brazos y lanzando bendiciones al aire. Perspectivas de un templo, donde la noche se posa para purificar el cuerpo. Mar, fuego y tierra, los tres elementos determinantes del espejo de este mundo; fuego que calienta la imagen, mar en puntos focales líquidos, y las manos en la tierra desde tomas aéreas para transformarse en rostros  de áridos semblantes. Paisajes sedientos donde las iguanas observan las sombras con la pupila poblada de infinito.
Para delinear la vida en estas tierras místicas, aparecen hombres de mirada fija chorreando sudor; cuerpos pintados, danzas comunitarias donde el azul y el rojo bailan sobre  esquemas de repetición bajo planos en constante movimiento. Equilibrio y lucha, sentido y fe movilizando por la tierra el escándalo de lo continuo, lo absoluto, lo abstracto, lo oscuro y lo desconocido. Los rituales se repiten, dan razón de vida, son eje de esta historia concebida por todos lo que respiramos el aire del universo y lo interpretamos con el cuerpo.
Grandes cataratas,  flamantes, moldeando los blancos puros de la naturaleza oprimidos por la destrucción de enormes árboles, talados, cayendo como  piezas de dominó. Vueltas y curvas sobre montañas y planicies para volver a las ciudades pobladas. Del barrio a la ciudad, de la vida a la muerte, de la muerte al fuego para subir a  los cielos, del cielo bajamos estruendosamente a las guerras, de las guerras a los rostros del horror y al intercambio de los grises tristes de la desolación.
El hombre de ciudad concluye este trayecto para posarse en las industrias que  suben y bajan en  lo mecánico  con objetos  en series,  filas trascendentales para la explotación de productos en secuencia descomunal, animados por el fin del concierto, el fin de esta sinfonía que culmina  sus acordes con determinantes  movimientos  hacia esa muerte que los vio nacer.

Comentarios

  1. Maravilloso. Amo Baraka, desde hace años tiene un efecto relajante e inspirador en mi vida.

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